16.4.10

A pepe le falta una mano y no sabe escribir ni leer. Tampoco habla con fluidez, no se sabe expresar, no sabe mentir. Pepe es un ser lleno de carencias pero cuando arrastro su silla solo siento una profunda sensación de seguridad. Un sentirse como en casa. Pepe no juzga ni pone en duda, no espera nada a cambio.

Cada mañana viene a mi lado, me funde en su abrazo, me cuenta su historia y sobre todo, escucha la mía. Pacientemente, con la preocupación de un padre, un hermano, un amigo. Pepe espera el bendito día en que yo amanezca sin preguntas y me limite a hablarle de cómo es correr descalza, dar saltos de alegría, ir en contra dirección. Pepe quiere ser normal y yo me muero de ganas de contarle que lo que yo extraño es no tener más personas como él en mi vida. Que esta lleno de cosas bonitas. Que me da ganas de gastar cada segundo de mi vida en luchar contra imposibles porque él nadó en arenas movedizas. Y según me cuenta, no fue tan difícil.

Nosotros, con tanta prisa, no entendemos o no queremos entender hasta que punto restringen las limitaciones de su cuerpo su mente, que nunca cede en esta búsqueda de la felicidad. Esta preso en su silla. Yo le pido que no se sienta inservible porque su alma nunca fue discapacitada. Pepe es un ser lleno de anhelos, de pasiones profundas, de sentimientos indefinidos, de dolores infinitos. Pepe es una herida abierta que no pudo cerrar y yo lo intento cubrir con tiritas. Aún sabiendo que su procesión siempre fue por dentro.

He de confesarte que la primera vez que te ví sentí un vacío inmenso. Que si yo las tuviera, ángel, te daba otro par de alas para volar.

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