26.4.10

Él era un tipo curioso y enigmático, desde luego. Un ser complejo y, en el fondo, lleno de dudas. No es que llegara a conocerlo bien pero, debido a esta absurda manía mía de escribirle a todo lo que toco, decidí ponerle nombre y apellidos, atar cabos. Creo que siempre fue un hombre peculiar, que su distinción (más que evidente) no derivaba de un hecho en concreto sino que era más bien de un defecto de fábrica. Para mí, sin duda, era una cualidad. Como siempre me gustó leer entre líneas, conocerlo fue una especie de hallazgo. Un nuevo juego al que jugar. Lo hice (casi) sin querer. Un día me di cuenta de que podía terminar las frases que siempre dejaba él inacabadas, que me sabía de memoria las palabras que le faltaban. No entendí por que se las guardaba ya que para mí ser así era como lo más divertido que tenía el día a día. Menos mal que siempre tuve buen ojo para estas cosas. Era casi gracioso verlo aparentar que era normal. Creo que, a causa de mi gran amor a la contradicción, esto me enganchó aún más. No a él, sino al por que de este silencio. Igual soy yo, que exagero las cosas, pero creo que su mente y la mía sí se anexionan en algún punto concreto y determinante, y que ahí radica nuestro pequeño pero comprometedor parecido. Yo quería saber a quien le escribe y por que se mueve tan hábilmente por un lugar al que no pertenece. Pero le compadezco un poco, pobrecito, yo no cambiaría este anonimato por vivir en su mundo de locos. Siempre odié fingir, ser quien no soy.

No hay comentarios: