31.3.10

Estar a su altura ya no se limitaba a esfuerzo o dedicación. Lo que yo tardaba días en entender era conocimiento en ellos tras apenas cinco segundos de “educación”. Éramos ya una especie inferior y dejabamos atrás los años en que el hombre fue dueño de lo vivo y lo material. Se acababa así el amar a lo diferente, a lo extraño, a la excentricidad de las cosas. A sus ojos, claro, fuimos siempre seres carentes de utilidad. Por mi parte, yo siempre estuve interesado por la gente como yo, gente dispuesta a pasar por todos los estados de ánimo y a no cerrar sus voces a la opinión. Añoraba los vínculos personales y la confianza ciega que ellos conllevan, el hablar por hablar. Fuimos desapareciendo pues, a diferencia de ellos, nosotros sí somos mortales. A nosotros nos han afectado los años y los cambios. El tiempo ha determinado esta extinción. Y a pesar de que yo sí distingo primavera de invierno, determinación de fragilidad, me siento solo, sabiendo que aquí ya no me queda ningún papel que jugar.

- No me duele, mira, no me duele. Pero creeme si te digo que odio las despedidas.

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