Escondo la cabeza entre las rodillas en
atmósferas de apocalipsis con la sensación de haber sentido lo mismo un millón
de veces antes. Me están entrando ganas de vomitar las últimas dos copas pero estoy en
una cocina hablando con gente que no conozco y el mundo es tan rosa como la última
pastilla que he tomado. Contemplo la estúpida posibilidad de quererlos a
todos pero salgo de la cocina y, en lo fundamental, no los echo de menos en
absoluto. Es raro.
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